mercredi 27 juin 2007

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Taty Danielle a dit…

Debía ser verano de 1939 ; mi padre recibió una carta de una de sus hermanas diciéndole que un sobrino de su marido, como muchos otros republicanos españoles, había escapado de la guerra hacia Francia. Se encontraba, decía, en un campo de una ciudad llamada Adge. Sólo sabía que esa ciudad estaba en Francia ; le preguntaba a mi padre si podía hacer algo por él.
No podía estar más cerca ! La decisión fue rápida : « vamos el domingo ».
Mis padres tenían un pequeño colmado del que se ocupaba mi madre, y mi padre trabajaba algunas viñas. Para esos trabajos tenían una camioneta con plataforma Citroën C4.
Yo no estaba acostumbrado a salir del pueblo. Como para todos los niños de mi edad, el horizonte se limitaba a las últimas casas. Y era una fiesta irse un domingo en la camioneta. La seguridad no era un problema como ahora, y nos podíamos sentar todos detrás, en la plataforma. Hay que decir que el C4 debía correr como un valiente a 50 o 55 km/h con el viento a favor.
No recuerdo nada del trayecto, ni de ida, ni de vuelta. Pero no olvidaré nunca la espera interminable en la entrada del campo mientras el altavoz llamaba a Fernando C. a intervalos regulares. Seguramente era día de visita, porque había mucha gente intentando encontrar a un pariente o a un amigo. Y no venía nadie.
Finalmente vi a un joven alto y delgado avanzar lentamente hacia nosotros. Su mirada se concentraba en buscar quién quería ver al « refugiado » que se llamaba como él, puesto que no conocía a nadie que pudiese reclamarle. Supimos después que nunca había oído hablar de mi padre : el pequeño pueblo cerca de Cartagena quedaba tan lejos de Barcelona, de dónde él venía...
He dicho que estaba delgado, de hecho creo que estaba flaco. Por toda vestimenta llevaba un pantalón corto, y calzaba « espardenyes ».
De esa época, mis recuerdos acaban aquí. Pero la imagen de ese hombre joven y delgado está muy clara.
Enseguida, mi padre hizo todas las gestiones necesarias para que saliese del campo. Había declarado que necesitaba a un hombre para que le ayudase en su trabajo.
El resto de mis recuerdos son más cotidianos, menos extraordinarios. Fernando (siempre le llamábamos así) se instaló en nuestra casa como si hubiese estado desde siempre. Para mi hermano, mi hermana y para mí, hizo las veces de hermano mayor. Se vestía como mi hermano... poco a poco hizo amigos, sobretodo en el círculo de los refugiados que venían de Adge o de otros lugares. Recuerdo especialmente a Alejo, quien tenía un rol político importante antes y durante la guerra. Sabía que no podía volver a España sin correr un enorme riesgo. La guerra había roto su vida de familia. Segui en contacto con él hasta el final de su vida.
Todo el mundo quería a Fernando, que era muy amable y atento con todos. Y yo aún tenía más razones para quererle, era el más pequeño y mi hermano y mi hermana se peleaban, cariñosamente, pero muy a menudo conmigo y Fernando siempre me defendía.
Vivió en casa como el hijo mayor de la familia hasta 1943. En esta fecha, los invasores alemanes enviaban a los refuiados españoles a Alemania para reemplazar la mano de obra que escaseaba.
Era por la tarde y toda la familia le acompañó al autobús que le llevaría a la estación de Béziers, ya que prefería volver a España. Creo que todos lloramos. Al menos yo lloraba desconsoladamente. Mi padre y Fernando tenían los ojos muy húmedos.
La historia de Fernando en Francia durante la guerra, y en particular en Montagnac, se acaba aquí.
Nunca perdimos el contacto con él, y más tarde con su familia. Sé que su retorno a España, bajo Franco, fue dramático. Pero eso son él y los suyos los que nos lo contaron.